Dejar de juzgar...
Dime con quién andas y te diré quien eres. Siempre odié esa frase. Está llena de prejuicios y de condena. La sociedad se la pasa juzgando no sólo a uno, sino también a todo aquello que rodea a uno. Desde en la más temprana infancia los padres intentan seleccionarnos las amistades para evitar las “malas compañías”. Creen que, controlando con quién nos juntamos, controlarán nuestros gustos y elecciones.
“A mi nene jamás se le hubiese ocurrido hacer eso”… solían decir muchas madres para justificar las travesuras de sus hijos cuando niños. “Mi hija era virgen e inocente hasta que se juntó con ese grupito de atorrantes que la llevaron por el mal camino”… dirían luego en la adolescencia. “El marido de mi hija es el que la contaminó e hizo de ella una amargada”… rematarán cuando adultos.
La mayoría de los padres busca en las compañías de sus hijos la respuesta a los defectos que puedan tener. La verdad es que resulta mucho más fácil eso, que ponerse a investigar o analizar los por qué de tal o cual conducta de su ser querido. La autocrítica y la aceptación de haber cometido errores en la crianza es algo que muy pocos pueden hacer; por lo tanto eligen el camino más fácil que es el de juzgar al entorno.
La sociedad en su conjunto es un gran juez. Todos y cada uno de nosotros nos pasamos la vida juzgando las acciones del resto. Juzgamos a nuestro jefe, a nuestro empleado, a nuestra pareja, a nuestros amigos, a nuestros padres. Circulamos por la vida juzgando a todos.
Los principales conflictos en la pareja vienen cuando exigimos al otro, reacciones o acciones que consideramos nosotros hacemos a diario. Pocos o casi ninguno mira en su interior y se anima a hacer una autocrítica certera.
Aprender a mirarse, ejercitar el arte de autocriticarse…
¿Qué cosa odiás de tu personalidad…? Reconocerla es comenzar a cambiarla.
agradecimientos a Violeta Santamarina por la nota.
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